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Las onomatopeyas



¿Nunca os habíais preguntado por qué las palabras tienen un determinado significante? Es decir, por qué “abrigo” tiene esa sucesión de letras y no otra cualquiera, como “aticú”, por ejemplo.


Cierto es que la aleatoriedad ha jugado un papel fundamental en la historia de los significantes y sus significados. Habríamos de retrotraernos a los orígenes más remotos para entender por qué se otorgaron ciertos sonidos y grafías a los conceptos que poblaban el mundo en aquellos tiempos.


No debemos olvidar, sin embargo, que existen las palabras onomatopéyicas, las más predecibles, pragmáticas y festivas del enorme bestiario lingüístico.


No se devanaron mucho los sesos los antiguos cuando decidieron nombrar el sonido que hacían las abejas al volar como “zumbar”, o cuando pensaron que “cacarear” era el mejor significante para lo que hacían los gallos, ni tampoco al otorgar la palabra “mugido” a la forma de comunicación vacuna.


Asimismo, “bárbaro” no surgió porque un cónclave de sabios lingüistas se reuniera para decidir que esa sucesión de letras sonaba la mar de armónica, sino porque ese era el “run-run” que escuchaban los griegos cuando oían cómo hablaban los extranjeros: “bar-bar-bar”. “Bárbaro” para ellos era todo aquello que sonaba a extranjero y falto de cultura. Y aunque ahora puede tener un significado incluso positivo (véase en Argentina, por ejemplo), no olvidemos su derivada: la “barbarie”.


Y hablando como estamos de onomatopeyas, ahora sabemos que no podemos reírnos sin comas, porque a la RAE parece que no le hace gracia. En cualquier caso, sólo la comunidad hispanohablante usa el “ja, ja, ja”. En cambio, ¿sabéis cómo expresan la risa los tailandeses de forma escrita? O más bien de forma numérica: usando cinco veces el cinco – 55555- Más cerca de nosotros, los griegos, hacen lo propio usando la “x”: “xa, xa, xa”.


La risa puede sonarnos a esa sucesión de signos escritos, y es que la palabra “carcajada” también tiene un origen onomatopéyico: del árabe “qahqaha”, significa risa violenta. A nuestros primos lejanos les sonaba a eso, y a nosotros, por extensión lingüística, también. A los portugueses le suena más bien a “gar- gal”, de ahí: “gargalhada”.


Y para más curiosidades, qué os parece la palabra “sapo”. Puede sonarnos un tanto feo, así como algunos podrían pensar que lo es el animal que ostenta dicho significante, pero más allá de juzgar la belleza nos vamos a concentrar en el sonido que nos inspira. ¿No os suena a nada? A mí tampoco. Pero quizá nosotros, imbuidos en el sonido del teclear de nuestros dispositivos, no estamos ya acostumbrados a los ruidos de la naturaleza. A algunos individuos prerromanos les parecía que así es como sonaba este anfibio al caer en el agua. Y con ese nombre se quedó.


¿Seré tan soez como para despedirme diciendo que os vayáis a freír “churros”? Para la ocasión vendría a cuento. Os animo a que escuchéis cómo suena la masa al caer en el aceite hirviendo. Así que, lo dicho: “A freír churros”.




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